Yo no podré jamás ser un buen padre
con el pecho estrellado de condecoraciones
y el cuadro de un abuelo bien barbado,
modelo de mi prole.
A una mujer le brotarán los hijos,
tan milgrosamente como flores.
Llegarán preguntando a dónde vienen,
desde Dios sabe dónde.
Y yo, que he estado siempre entre preguntas,
¿qué responderé entonces?
Qué pena no poder ser un buen padre
lleno de tesis y de nombres,
con un consejo a flor de labio
y un dedo enarbolando las lecciones.
Mal puede un escultor hecho de barro
querer modelar hombres.
Ellos me pedirán para sus pasos
sendas seguras en el bosque.
- Dejad la mano izquierda en el ocaso
y el corazón quemando al polo norte,
zaguero el sur y el este a la derecha.
Y ahora que conocéis los horizontes,
marchad, diré a mis hijos,
a donde oigáis cantar los ruiseñores.
Qué pena no poder ser un buen padre
de los que todo lo conocen;
y qué vergüenza que mis hijos
se enteren por los libros que hay padres mejores.
Les dejaré la herencia de mi frente,
un arca llena de interrogaciones.
¿Y qué pensarán ellos,
sintiéndose tan pobres?
¡Qué lástima tener que ser tan mal padre,
tan viejo y triste entre los jóvenes,
con la espalda curvada
de tanto cortar flores!...
P. Lezcano, Mensaje, 1946.
Yo conocí a Pedro, que nunca me dejó llamarle de usted, en su casa; fue fácil encontrarle sólo había que preguntar en el pueblo por el poeta. Ya no escribía, tenía 80 y tantos y se había muerto su hija. Vivía en una depresión muy profunda, con mis visitas yo veía ilusión en su mirada, y sobre todo que volvía a hablar en endecasílabos.
Me enseñó mucho en las pocas veces que hablamos, a encuadernar libros, a mirar en verso la vida... Me dijo que sólo había una cosa de la que se arrepentía en su vida, y era de haber sido político, y una sola profesión que no respetaba: la de militar. Yo por aquellos entonces era militar, cosa que nunca que dije, y recuerdo como uno de los momentos más intensos de mi vida cuando leí delante de él uno de mis cuentos, sentado en la biblioteca de la casa de Benito Pérez Galdós. Fue el único Presidente del Cabildo de Gran Canaria que se sentaba al lado del chófer, y que a pesar de una vida muy intensa, su mejor recuerdo era una poesía que improvisó para las azafraneras. El momento que recordaba con más miedo fue cuando, fijénse en la paradoja, casi le meten en la cárcel por el poema titulado "Consejo de Paz", que se ganó un consejo de guerra.
Yo conocí a Pedro Lezcano en su casa, iba en silla de ruedas y sólo hacía power points de setas. Elaboré un verdadero edificio burocrático en Salamanca, para intentar traerle y que la gente le conociera, por lo que él quería que se le conociese, por su obra, pero de sus labios. Le pedí permiso para utilizar sus poesías y su respuesta fue: "Para eso no necesitas permiso, Daniel, mis poesías no son mías, son del que las quiera, mías son mis manos que se han de venir conmigo al fango, con mis escritos haz lo que quieras".
Hoy 6 años después de su muerte le sigo recordando como el único hombre que he conocido que vivía como soñaba, en verso, y me acompañaba hacia la puerta de su casa con su bastón lamentándose por los insultos que le profería su perro al no dejarle salir.
Mientras acuno a mi hijo con mi mano izquierda, te recuerdo Pedro.