"It's still the same old story
A fight for love and glory
A case of do or die
The world will always welcome lovers
As time goes by"
Herman Humpfeld, 1931.
Día tras día, el sol nacía en su frente y se ponía en su espalda, larga, infinita, sin horizontes... Ella nunca miraba hacia arriba, no tenía porqué. Un piso anodino, marrón y sin una sola maceta. Si no estuvieran las persianas levantadas, nadie habría dicho que estuviera habitado. Él se deshacía en su anhelo.
Pero parémosnos un momento a pensar. A ver, Pedro, ¿realmente te gustaría conocerla? No eres ninguna belleza, nunca has destacado en nada en la vida. Tu cuerpo de treintañero anda una década adelantado, y no tienes sentido del humor. En otra época, en otro lugar, te habrían sacrificado en una altar por inservible. ¿Qué puedes aportar?
El tiempo como única respuesta. La soledad fielmente le ofrece su hombro. Pero Pedro sigue mirando, día a día, a esa mujer que pasa bajo su ventana. ¿Debería bajar a ofrecerle una sonrisa barata? Este pensamiento es arrancado de su mente por una bandada de cuervos negros. ¡Fracasado! Oye tras las pestañas del alféizar.
Pero llegó. Tenía que pasar. Una mañana, mientras ella entraba a la panadería de todos los días, vio que por primera vez tenía que hacer cola. Un señor estaba comprando una barra de pan con una tranquilidad increíble. Algo raro había, parecía que sus movimiento no estaban destinados a conseguir un fin sino a dilatar el tiempo. De hecho, a su alrededor crecía algo... Algo como... No sabía describirlo, unos filamentos de luz surgían de su piel, algo así como electricidad estática, cada vez que algo se acercaba a ella, y hacía que se quedara como suspendido en el aire, como a cámara lenta.
Él se giró, en sus manos una barra de pan totalmente distinta a las demás que había en la panadería; en hacerla se habían tomado más tiempo. Su ropa cosida a mano, con todos los detalles sumamente pensados, su calzado irregular; hasta una mirada sin entrenar como la suya sabía que eran artesanos. Y sus ojos chocaron. Ella sintió que ya no tenía prisa; que el trabajo podía esperar, que si no llegaba en metro cogería el autobús; que todos los balances que tenía que cuadrar no eran tan importantes; que las amigas con las que había quedado después, las podría ver en cualquier otro momento; que no tenía esa sensación en el estómago de inseguridad. Bajó su mirada, su mano estaba rozando la de él, la piel de gallina, ¿sería de verdad electricidad estática? Entonces lo supo, lo había encontrado. Ya no volvería a tener prisa en su vida.
Pedro cerró la mano con la que mantenía la de ella. Treinta años después, la piel continuaba de gallina...