Kind of purple
Por J. Daniel García
A toda la Tribu 2.0,
somos legión.
“Y así el
demiurgo, José Hilario, o como queramos llamarlo, sería simplemente un
imitador, un reproductor a escala ínfima del mundo verdadero, el que se
extiende y sucede por encima de él, en los siete cielos y en el ático
inalcanzable.”
Santiago Valenzuela, Plaza elíptica, 2010
Capítulo 1: Cariño, no eres tú, soy
yo…
Y aquí estoy con el
corazón en las manos, chorreando, sangriento; no es una metáfora. Estoy
sentado, o mejor apoyado, poco a poco el rigor mortis hará que quede en una
postura ridícula, digna de mi muerte.
Que cómo he llegado
hasta aquí. Pues no lo sé, bueno sí lo sé, pero la vergüenza hace que mis
últimos pensamientos sean condescendientes conmigo.
Todo empezó con una
rubia, de largas piernas y conciencia corta que entró en mi despacho hace dos
días…
-¿Se puede?
-Pruebe usted señorita…
-Ahí está ella, rubia, alta, con esas piernas que no acaban nunca, la falda
deliciosamente ceñida a su cadera y un traje de chaqueta cerrado que da por
pensar que no esconde nada debajo. En sus manos, con destreza, ase un
cigarrillo a medias, manchado de carmín que deja en mi cenicero. Yo no fumo, pero
lo tengo para los clientes. Observo como las volutas de humo del cigarro se
elevan ocultando tras una niebla muy fina el rostro de ella. La oscuridad del
despacho hace que, unido a su sombrero, no vea más allá de sus ojos, azules,
luminosos y convenientemente entreabiertos. Jack me ha dicho mil veces que
arregle la luz del techo, pero a mí con el flexo me sobra; total, normalmente,
a quién tengo que buscar no es a quién viene a verme, sino a quién aparece en
la foto que me entregan.
- Tome asiento señorita…
- Señora, señora Dubois.
- Pues usted dirá.
Se sienta y entonces un
poco de luz de lámpara le ilumina medio rostro, el otro lo oculta con su
cabellera, rubia platino. Lleva los labios rojos, un carmín que visualizo en el
cuello de mi camisa y hace que me estremezca.
- Pues vengo a que me
ayude a encontrar a mi padre.
- A eso me dedico. ¿Hace
cuánto que se marchó? ¿Tenemos sospechas de alguna secretaria? ¿A qué se
dedica? ¿Va a poder usted pagar mis honorarios?
- No se ha marchado…
El tiempo se para, la
habitación parece girar sobre sí misma.
Me sorprende no estar todavía muerto, veo que el corazón palpita, esto
no tiene lógica. Hago un esfuerzo por levantar la cabeza pero el cuello no me
obedece. Parece que todo va a ser así, ver mi vida extinguirse poco a poco,
creía que tardábamos menos en morir y que era un fundido en negro radical, pero
no, lo veo, lo oigo todo. De hecho, oigo sus tacones acercarse a mí. Me susurra
algo al oído, “Rosebud”, no sé que mierda es esta, pero poco a poco todo
empieza a estar más iluminado. Un olor lejano, como a madera, pero una madera
distinta, algo que he olido de pequeño, o antes, no sabría realmente concretar
cuando, ¡joder! Mis últimos pensamiento y los tengo que ocupar en intentar
saber a qué huele, yo esperaba estar viendo mi vida pasar, o alguna mierda de
esas. ¡Sándalo, sándalo! Eso es, muy bien, pequeño idiota, ya lo sabes, ahora
muere en paz… Violeta, todo está poniéndose violeta…
Capítulo 2: ¡Más madera!
Así sin más, así nació. Y él venía todos los días a
su cuna, y lo miraba y no podía creerlo, ¿cómo algo tan bonito y tan indefenso
podía venir de ellos? Es algo ampliamente aceptado, tras miles de años de
evolución, pero cuando te pasa a ti, ya no es tan simple, es infinitamente
complejo. Es creación. Un ser humano que respirará, soñará, cagará y llorará,
como tú lo has hecho. Y toda la vida cambia, los problemas más jodidos se
convierten en nimiedades, no hay tiempo para dudas, hay que ir hacia delante.
Y él venía todos los días a la cuna, y le escribía
cuentos…
Todo empezó hace mucho, mucho, mucho tiempo. En esos días en los que las
princesas eran recluidas en castillos y los dragones campaban a sus anchas por
la tierra. En un reino muy lejano, vivía un joven soñador…
Y se los leía mientras se asombraba de que esas
manitas pudieran moverse, esos alambritos que parecían tan frágiles podían
coger su dedo y hacerle sentir mucho más que miles de manos apretándolo a la
vez.
Vivía con su padre que era carpintero, uno de los
gremios más importantes del entonces, pero él soñaba con ser mucho más, un gran
caballero, de reluciente armadura, lanza en ristre y un gran corcel blanco. Mas
en aquellos entonces, si carpintero nacías, carpintero morías. Así que después
de muchos años de negación, cuando le tocó aceptarlo, decidió ser el mejor
carpintero que había pisado la faz de la tierra. Así, empezó a pasear por todos
los pueblos de la comarca, entraba en las iglesias y estudiaba cada detalle
hecho de madera, cada banco, cada coro… Poco a poco, empezó a desarrollar una
extraña habilidad. Veía lo que había detrás, la forma. Así, si le daban un
trozo de madera veía si había una cuchara, o una maza para partir almendras, o
lo que fuera. Incluso podía ver las formas que no se había sacado. Así, la
silla que tanto se rompía, era porque en realidad era una mesa, y era tan
infeliz que prefería estar rota que ser lo que no era. Fue estudiando los tipos
de madera, las densidades, las purezas, aprendió a diferenciar entre la madera
de haya, de cedro, roble, de pino, el palisandro… Aprendió que había maderas
blandas y duras, las primeras, aunque menos resistentes, eran más fáciles de
trabajar, con lo que eran mejor para hacer adornos, muebles, etc. ; mientras
que las otras eran más adecuadas para estructuras más duraderas, vigas,
balcones…
Y así, día a día, se fue convirtiendo en el ebanista
más hábil de todo el reino, a la tienda de su padre iban desde el cocinero que
quería tener los mejores útiles de madera para cocinar, hasta el criado del
noble a buscar los muebles más bonitos para palacio. En sus ratos de ocio,
Alejandro (creo que todavía no te había dicho como se llama nuestro pequeño
protagonista) tallaba pequeños juguetes para sus amigos, anillos, sabía hacer
desde un pendiente con un hueso de aceituna, hasta el más bonito de los
colgantes de madera articulada.
Un día, iba Alejandro andando por el bosque cuando
vio una madera extraña en el suelo, era un tipo que nunca había visto, y no
era, la verdad, muy grande. La sostuvo en su mano y no era más grande de un
puño, tenía un olor muy profundo y que no reconocía, intentó ver su forma, pero
no pudo verla. ¡Qué extraño! Era la primera vez, desde hacía mucho tiempo, que
no veía la forma que se escondía tras una madera.
Se sentó con la espalada apoyada en un roble
centenario, y siguió observando aquel trozo extraño con mucho detenimiento. El
olor que desprendía era muy intenso y poco a poco se le iban cerrando los ojos,
poco a poco, poco a poco…
Abre los ojos bruscamente Alejandro, se nota extraño,
no tiene ningún dolor en su cuerpo, pero incluso diría que no pesa, que… ¡Está
volando! Mira hacia abajo y ve el suelo a unos tres metros de altura, ahora
mismo está flotando a la altura de las copas de algunos árboles… No se lo puede
creer. ¿Qué está pasando? Mira hacia su puño, y del trozo de madera no es que
salga olor, es que se ve como sale, son como unos pequeños tentáculos de color
violáceo. Asustado arroja el trozo de madera al suelo y a continuación se cae
al lado de bruces. ¡Ouch! Eso me ha dolido. Exclama hacia la profundidad del
bosque. Se rasca el culo dolorido mientras mira asustado hacia el trozo de
madera que otra vez yace inerte en suelo a un metro de él.
De repente, lo ve, la forma, es un broche para una
capa. Tiene formas redondeadas, es como una estrella de ocho puntas, pero las
puntas vuelven hacía el centro y se entrecruzan. Coge la madera con un trozo de
piel, y se va corriendo de aquel claro del bosque hacia el taller de su padre.
- ¡Padre, padre!
- Dime hijo, ¿dónde has estado todo el día? Hay que
hacer una mesa para el duque, y tiene que estar para mañana.
- Sí, padre, lo haremos. Pero tengo algo que
contarle, he encontrado…
- ¡A callar!
Te he dicho que tenemos trabajo, deja las chiquilladas para otro momento.
- ¡Pero padre! Es algo increíble, algo…
La mirada de su padre hace que Alejandro entienda que
no puede seguir con la conversación. La impaciencia le quema por dentro, quiere
sacar la forma como sea, pero ahora no puede, tiene que labrar la mesa para el
duque. Después de tres horas de trabajo, se da cuenta de que ha estado grabando
una y otra vez la forma extraña en la mesa… ¡Espero que no le importe al duque!
Pero no tiene tiempo de hacer nada esa noche, después de nueve horas de trabajo
seguido, casi no tiene fuerzas para comerse la cena, así que cae rendido en el
camastro de paja.
Al día siguiente, cuándo se levantó con el canto de
los gallos, había un señor con una alabarda, un gran bigote y una armadura en
la puerta del taller hablando con su padre, que tenía la cabeza gacha y el
sombrero entre las manos.
- - ¡Alejandro!
- Dígame padre.
- - Baja, tenemos que irnos.
- - ¿A dónde?
- - El duque quiere que vayamos a su palacio…
- - ¿Y eso es bueno o malo padre?
- - Hijo, los ricos no hablan con los pobres- Le dice tras una mirada
vidriosa.
- - ¿Entonces…
- - ¡Recoge ya y no hagas más preguntas! No hagas más preguntas…
Y allá que salen, padre e hijo siguiendo humildemente
a ese señor con ese gran bigote que no baja la vista nunca ni siquiera para
esquivar los excrementos de los animales que hay en el suelo. Una gran puerta
da entrada al castillo del duque. En el interior de las murallas, hay gallinas
corriendo, paja por los suelos y huele muy mal. Siguen al señor del bigote
hasta que les hace esperar en las escaleras que da acceso a la zona donde vive
el duque.
Tras una hora, las grandes puertas se abrieron y de
ellas salieron un bufón (algo así como tu padre cuando empieza a hacerte
tonterías, pero vestido de rojo y con un gorro), dos perros enormes, tres
hombres de bigote y armadura, y un hombre con unas ropas más lujosas, comiendo
un muslo de pollo con las manos.
- - ¿Eres tú el carpintero que me ha hecho la mesa de esta mañana?- Gritó,
mientras la grasa del pollo se le escurría entre la barba. y el bufón saltaba y
le sacaba la lengua.
- - Sí, señor soy yo.
- - ¿Y quién es el mocoso que llevas contigo?- El bufón se ponía detrás del
duque y le sacaba la lengua a Alejandro.
- - Es mi hijo mi señor, él fue quien hizo los adornos.
- - ¿Él hizo los adornos?- El bufón se cae de culo al suelo y se lleva la mano
a la cabeza.
- - Sí señor.
- - ¿Pretendes que me crea que este mancebo ha hecho la labor de un maestro
carpintero?- El bufón hace señas de que está borracho.
- - Señor, es un chico muy hábil, siempre se le ha dado muy bien.
- - Está bien. Vete y deja aquí a tu hijo.
- - ¡Pero, qué dice mi señor! ¿Cómo voy a dejar aquí a mi hijo? ¿Qué le voy a
decir a su madre?
- - Eso, no es problema nuestro. ¡Guardia!- Gritó mientras arrojaba una bolsa
cargada de maravedíes hacia el carpintero que la cogía con cara de estupor.
Metieron a nuestro héroe hacia dentro, mientras el
carpintero se iba con lágrimas en los ojos, el sombrero en la mano, e iba
mascullando algo entre los dientes.
Entró en el palacio que no estaba iluminado más que por
un puñado de velas (¿te acuerdas de cómo huelen las que apaga la mamá después
de cenar? Pues imagina como olía allí) Estaba muy asustado y apretaba
fuertemente el trozo de piel con su madera preciosa, que llevaba dentro de la
cuerda que sujetaba sus calzas. Lo dejaron solo, en el medio de una habitación
enorme, en el techo se oían revolotear cuervos que esperaban a que los perros
se descuidaran con las sobras de la comida de los señores para abalanzarse
sobre ellas. Al poco rato, una línea de luz apareció al final de la sala, fue
ascendiendo poco a poco, y luego se curvó volviendo hacia el suelo, formaba una
especie de umbral en la pared, Alejandro se acercó curioso y tocó la pared. Se
oyeron unos gruñidos y se abrió un palmo la pared dentro de la luz, como si
fuera una puerta bien engrasada. Miró hacia los lados, una vez, una segunda, y
como nadie le observaba empujó un poco más la pared hasta que se abrió por
completo, de dentro salía una luz cegadora, no se veía nada. Alejandro, pensó
un poco, ese poco que piensan los niños antes de hacer algo, y se decidió
entrar; puso un pie en la luz, metió una
mano y el brazo, parecía que desaparecían, pero la sensación no era dolorosa,
ni extraña, era placentera, algo que llamaba del otro lado y olía como a
algodones. Finalmente, cogió aire y entró.
Y él venía todos los días a la cuna, y le escribía cuentos…
Capítulo 3: Leyendo espero…
La luz blanca dio paso a
la verde, luego se tornó azul, tras unos
instantes empezó a ver en todos los colores. Estaba en un bosque, el suelo
blandito, lleno de hojas recién caídas y
olía mucho a madera mojada. Alejandro se sacudió la ropa, todavía quedaban
restos de luz blanca que resbalaban por su jubón como si fueran gotas de rocío.
Estaba algo aturdido, hace un momento estaba dentro de un palacio oscuro y
ahora estaba en un bosque, entre árboles que no reconocía, y eso era muy
extraño ya que sabía todos los tipos de árbol y madera de la zona. Comenzó a
andar hacia adelante. De repente, de su bolsa de cuero empezó a ver salir unos
hilitos violetas, ya casi había olvidado que llevaba consigo el trozo de madera
extraña que encontró ayer. Lo saca de la bolsa sin desenvolverlo y observa como
parece que el paquete respirara, unos débiles latidos emergen de la piel.
Finalmente, lo libera de su envoltorio y lo sostiene entre sus manos, está algo
asustado, no quiere que le pase otra vez lo que le pasó el día anterior. Pero
esta vez, los hilitos de colores no se dirigen hacia él, van hacia los árboles,
conforme llega a uno ve que se proyecta un nuevo haz y se encamina hacia un
nuevo árbol. Alejandro lo deposita en el suelo y el fragmento empieza a
levitar, con los ojos llenos de luz violeta quiere nuestro protagonista salir
corriendo, pero las luces lo seducen de una manera increíble, finalmente,
piensa que de todas formas no sabe dónde está, así que se sienta en el suelo y
sigue observando el espectáculo.
Al rato, cuando ya se ha
conectado el trozo de madera con todos los árboles que hay alrededor comienza a
formarse una figura, unos edificios muy altos, calles con unas cosas muy
extrañas altas y delgadas que parecen emitir luz, unas carretas a las que les
faltan los caballos y gente que viste de forma muy extraña. Cuando la imagen ya
está completa empieza a moverse. Si no fuera porque Alejandro está ensimismado
ya habría salido huyendo como alma que lleva el diablo. Las carretas empiezan a
moverse lentamente, la gente también aunque todo el mundo va muy nervioso y no
parecen conocerse. De repente, un niño se para y mira hacia dónde está
Alejandro. Se acerca más y más y se queda parado al borde de la luz. Mira con
mucha curiosidad y acerca la mano, justo al lado de la madera que levita una
mano empieza a formarse, las líneas se hacen más finas y parece que se estén
atando y soltando, la mano parece más bien un guante de esparto violeta.
Nuestro protagonista empieza a sentirse incómodo, cuando el niño se ha acercado
ha visto que es igual que él, bueno, no igual, es idéntico. Aunque con ropas
mucho más extrañas. Ahora se acerca él a la luz, no lo puede evitar la
curiosidad le llama, sabe que no debería ir, que siempre su padre le ha dicho
que esa curiosidad le daría más de un disgusto, pero tiene que ir. Cuando llega
a la altura de la mano el otro niño la retira. Al tocar la luz nota que tiene
consistencia, es como si fuera líquida. Comienza a introducir su mano,
lentamente, la verdad es que la sensación es muy agradable. Entre sus mano el
otro niño lleva un libro muy gordo. Se miran a los ojos y el niño se lo entrega
a Alejandro. Después, se da la vuelta y se aleja por la calle extraña sin mirar
atrás.
Tras unos momentos,
logra pasar el libro a través de la luz, al principio está goteando violeta,
pero poco a poco se va secando. Mientras, la maderita ha dejado de levitar y ha
caído al suelo extenuada. La recoge con cuidado y la vuelta a poner en su bolsa
envuelta en la piel. El gran libro reposa sobre el colchón de hojas del bosque.
-
¿Qué piensas
Alejandro?
- -No lo sé.
Nunca había visto un códice cómo este. ¿Tendré que llevarlo al monasterio, no?
- - No creo,
parece que es para ti.
- - Pero yo no sé
leer ni escribir, ¿de qué me sirve?
- - Pues no sé,
quizás lo debas averiguar tú.
Se arma de valor
Alejandro y se acerca al libro, no entiende lo que pone en la portada. Es de
piel, muy grueso, los símbolos son dorados y en el centro está el símbolo de la
estrella de ocho puntas que luego vuelve hacia el centro sus puntas y se
entrecruzan. Abre la tapa y comienza a pasar la vista por las extrañas figuras,
súbitamente empieza como a oír una historia, pero dentro de su cabeza…
La voz le contó una
historia extraña, el cómo los hombres había aprendido a leer y escribir, como
había hombres que se dedicaban a escribir poesía y a expresar sentimientos, el
amor, la muerte… Y como poco a poco todo ese saber se había ido aprisionando
entre muros de monasterios. Cuando cerró el libro notó que estaba más grande,
más alto, más fuerte, más veloz. Asombrado se miraba las manos que veía enormes
y como podía saltar mucho más alto. Entre carreras descubrió un árbol muy
grande y en su tronco una puerta. Se asomó por la cerradura de la llave, pero
no se veía nada, sólo una luz blanca. Emergía un pomo dorado y ni corto ni
perezoso lo giró. De dentro salía una luz ya familiar, con mucha alegría dio un
salto y se zambulló dentro sin pensar mucho más.
Al otro lado, la gran
habitación oscura. Tuvo que esperarse un poco a que se le vaciaran los ojos
de tanta luz. Todo estaba en silencio. Al fondo, se recortaba la figura del
duque apoyado al marco de la puerta que miraba hacía Alejandro sonriendo.
-
- Hola pequeño.
- Hola…
- Veo que has
podido traer El Libro.
- … sí…
- ¿Sabes lo que
es?
- Sí… No…
- ¿Sabes quién
eres?
- Sí, Alejandro
el hijo de José El Carpintero.
- No. Eso es
incorrecto. Eres el portador.
- ¿El portador?
- Sí, ese libro
sólo puedes llevarlo y abrirlo tú.
- ¿Sí? Yo creo
que se equivoca señor. Yo no soy más que un niño.
- Exacto, ¿qué
dice en la portada?
- Dice: Libro del conocimiento…
Alejandro
enmudeció, ¿cómo podía saber lo que ponía si no sabía leer ni escribir? El
Duque empezó a reír a carcajadas.
- Exacto hijo,
acabas de aprender a leer y escribir. Y eso te acaba de convertir en dos cosas.
Primero en un sabio, y después en un estorbo. La Iglesia no permitirá que andes
libremente por ahí.
- Pero, ¿por
qué?
- Porque dice
la profecía que El Portador podrá enseñar a leer y escribir a quién quiera.
- Pero, ¿eso
para qué serviría? No entiendo nada.
- Eso, hijo,
sirve para que nadie tenga que depender del saber de nadie. Que todo el mundo
pueda desarrollar su conocimiento y el de los demás. En pocas palabras
libertad. Que la cultura no pueda estar en manos de unos cuantos sino que pueda
circular. Con el tiempo, irás aprendiendo a utilizar tus poderes.
- ¿Poderes?
- Sí. Te voy a
hacer una pequeña demostración. ¿Llevas la llave?
-
¿La llave?
-
Sí hijo, un
trozo de madera de sándalo.
-
¿Esto?
-
Exactamente.
Cógela con una mano y sostén en la otra este pequeño códice de cántigas que te
entrego. Ahora, sólo deja que las palabras fluyan dentro de ti.
Cierra los ojos
Alejandro y empieza a imaginarse una señora con un laúd y un hombre cantando.
De su puño comienzan a salir unos haces de luz violeta que llegan a un rincón
de la sala y forman las figuras. Al instante comienza a sonar una música y el
hombre comienza a cantar.
-
Esto, hijo,
no es más que una pequeña muestra de todo lo que puedes hacer. Conmigo
aprenderás y enseñarás. Está llegando la hora en que tendrás que cumplir con la
profecía y tu destino, escrito en ese libro que llevas se hará la realidad.
Ahora, guarda la llave y ven conmigo, que para este frío no hay nada mejor que
un buen cocido…
Capítulo 4: Pues sí querida, eres
tú…
Me
levanto de la silla, ya lo sé, yo soy Alejandro, este corazón no es mío. Miro
enfrente de mí y veo a la rubia, no es más que un robot que construí hace años.
Intenté llevar ese conocimiento al ser humano, durante años, siglos, pero me
condenaron, me quemaron, me trataron por loco y acabé construyendo esto. Esta
realidad que no es tal, este constructo digital en el que me acostumbré a
vivir; esta película mala de cine negro. Una de esas que solía ver; una de las
novelas, de las muchas que leí, ya que he leído todo, todo lo que ha escrito el
ser humano y lo que piensa escribir, soy alfa y omega. Todo lo que me rodea es
falso, lo he construido yo para no ser, para no pensar; tanto que llegué a
perder la conciencia de quién era y me convertí en uno de mis personajes. El
demiurgo paso a actor y uno de ellos me vino a buscar. Le miro a los ojos,
nunca llegué a ponerle nombre a la robot, quizá por eso me buscaba. No se puede
vivir sin nombre, pero claro es que ella no vive.
El
libro me condenó a poseer el conocimiento y al tiempo, pero he fracasado. Ahora
he de decidir qué hacer. Le ordeno a la robot que me haga un café, todos mis
marionetas saben hacerlo de forma exquisita; miro desde arriba la habitación.
Mi réplica sangrando, la habitación cargada de humo, ya violeta… Debe haber
algo que pueda hacer, alguien a quién pueda convencer, o, por lo menos, alguien
a quién engañar y pasarle mi testigo, el libro y yo poder descansar ya.
Noto
un cosquilleo en la nuca, me da la impresión de que alguien está leyendo mis
pensamientos. Me giro y te veo, sentado tras la pantalla de tu ordenador,
leyendo estás líneas; mis ojos se agrandan ante la sorpresa, quizás no soy…
Quizás eres tú…
Súbitamente,
empieza a sonar a tu alrededor “Kind of blue” y empiezas a ver unos hilos de
color violeta…
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