Romeo y Romeo
Por J. Daniel García
Qué macho es Goliath!
“Apuesten”, Anibal Núñez, Cartapacios.
Amanece en un pueblo de Cataluña, Santa Coloma de Farnesio… No espera, era en Santa Perpetua, o no… Bueno, amanece en un pueblo catalán. Romeo abre la ventana y como cada mañana ve a Romeo, ¡qué guapo es! Tan fuerte, tan rubio, con esos ojazos azules. Pero él no le hace caso, como siempre ni lo ve.
Van al mismo instituto, pero nunca han hablado. ¿Cómo lo iban a hacer? Romeo es muy popular, juega en el equipo de fútbol de la ciudad, en el Sport Club Granollers Promesas, tiene una novia guapísima y muchos amigos.
Mientras, Romeo es un joven enquencle, que nunca ha salido con ninguna chica, es más, nunca le han gustado; no hace deporte, y tiene muy pocos amigos. Sólo le gusta una cosa, pintar. Día tras día, con sus pinceles construye mundos paralelos, lugares dónde siempre está con su amado Romeo, estructuras metafísicas dónde cada color es una sensación. El profesor de plástica, ahora creo que le llamáis dibujo artístico, le dice que tiene un gran futuro, le gusta su pintura. Pero a él, eso le da igual, quiere estar con su amado aunque sólo sea en lienzos.
El tiempo pasa, y finalmente Romeo se va del pueblo. Nunca han hablado, nunca le ha besado, ni siquiera se ha atrevido a mirarle fijamente a los ojos. Estudia en París, Nueva York… Aunque, como casi todos, al final piensa que como en casa en ningún sitio, y vuelve a vivir en Barcelona. No le va mal en su vida, dicen los críticos que su pintura está muy cargada de un erotismo y una sensualidad única. Va al gimnasio, se cuida, bebe leche de soja y nunca prueba el alcohol. El amor siempre le ha dado la espalda, quizás porque siempre ha sido más activo que pasivo, y no le falta el dinero. Vive en un ático en el Borne y le encanta cuidar sus plantas.
Un día, Romeo decide ir al pueblo a ver a su familia a la que hace mucho que no visita. Se queda a dormir en casa de su madre, y al levantarse se dirige a la ventana, ceremonioso, casi como si fuera un acto religioso, abre la ventana esperando ver a su amado, su pelo rubio, sus ojos celestes y sus fuertes pectorales.
Pero, ya no hay una casa en frente de la de su madre, lo tiraron todo en la época del “ladrillazo”; ahora hay un edificio altísimo, de esos de veinte plantas y ABCDEFGHIJKLMNOPQRSTUVWXYZ puertas. Decepcionado, cierra las ventanas y las contraventanas, se da una ducha y sale a dar una vuelta por el pueblo. Todo está muy cambiado, ya casi no queda nada de su pueblo natal. Cuando decide volver a casa de su madre ve algo que le llama la atención poderosamente. BAR ROMEO… ¿Será de él? Se queda en medio de la plaza, parado, de pie, ceñido en sus pantalones ajustados Dolce y su camiseta de Armani… Tras unos minutos decide ir. Es un bar antiguo, de esos que si no olieran a viejo se llamarían retro, las mesas de aglomerado chapado marrón, con el centro blanquecino del roce las fichas de dominó. Una barra larga de acero, que tiene un pie alicatado con azulejos marrones oscuros. Dos máquinas tragaperras y una máquina de tabaco, Prohibido a menores de 16 años, se puede leer si apartas el mando para la activación de la misma que cuelga de la parte superior. La pared está llena de fotos de fútbol, metopas. En la barra no hay nadie ahora mismo, y se percibe un ligero olor a amoniaco que sube de los baños de la parte inferior del bar. Se da una vuelta por el local y hay algo que le parece curioso. Hay una foto del Barça de Cruifft, está en un lugar privilegiado. Está colocado el equipo en la típica foto de grupo y debajo hay un rótulo que dice: “1992 Campeones de Europa”, se entretiene mirando las fotos de los jugadores, está dedicada… En esos momentos, sube alguien del baño, lleva una camisa blanca y unos pantalones de pinza, suda mucho y huele a humo de tabaco y amoniaco.
Perdone, que no me había enterado que había entrado nadie. ¿Qué desea?
Es él, la vida ha hecho estragos con él. Ha perdido casi todo el pelo, tiene una gran barriga, luce un gran bigote, los dientes amarillentos del tabaco, tiene unas grandes bolsas bajo los ojos, y las arrugas del tiempo cercan a sus ojos. Pero estos siguen siendo azules, muy azules.
Sí, oiga, que sí quiere algo… Espera, yo a ti te conozco. ¿Eres Romeo el chaval de
Sí, el mismo.
Ya me comentó su madre que habías triunfao con la pintura y eso.
Bueno, no me quejo. ¿Y tú qué tal?
Pues nada, me casé, tengo un par de niñas, y no me va mal la vida... Este bar es mío.
Ajá, ya veo- Aunque no reconoce el cuerpo, los ojos, esos ojos le están deshaciendo.
Bueno, pues nada qué te pongo te invito a algo, y así hablamos del instituto y to eso, y nos echamos unas risas…
Vale.
Y allí estuvieron toda la mañana, luego le invitó a comer en el bar. Siempre lo hacía allí, no ganaba lo suficiente como para poder meter a otro camarero a trabajar con él; sus hijas venían, les daba un beso y se iban al colegio. Después de mucho hablar, Romeo no podía más, tenía una desazón increíble, y el corazón le palpitaba tanto que tenía que bajar de vez en cuando al baño a echarse agua en la cara para relajarse.
Pasó la tarde, y ya la conversación empezó a decaer, no es que no quisieran hablar, es que querían algo más.
Y cuando por fin llegó la noche, y la mañana, y otra noche, y otra mañana. Y cuándo los azules ojos de Romeo se volvieron a abrir no veía a su alrededor más que lienzos, pintura y sueños cumplidos.
FIN
14 de abril de 2008, Madrid.
Mientras vosotros soñábais yo escribía…
2 comentarios:
Bonito cuento... no sé por cual razon la imagen del gay viviendo en un ático del Borne y cuidando sus plantitas me suena jejeje
Paolo
Hacía mucho tiempo que no leía un cuento tuyo. Tendrías que sacar de la gaveta unos cuantos personajes que has dejado en el camino, los más insólitos y decadentes.
Ha sido un acierto eso de la/el muerte, harto/harta. Yo también estoy harto de tanta hipersensibilidad lingüística.
Un fuerte abrazo,
Yeray
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