miércoles, 7 de mayo de 2008

Selva de ciudades II

La cala del bufadero

"Como un libro salvado del mar,
como un muerto que aprende a besar"
Silvio Rodríguez, De la ausencia y de ti

Para Yeray y su ausencia

Hay una cala en la isla de Gran Canaria muy singular, a medio hora más o menos en guagua de Las Palmas. La parada está en mitad de una carretera polvorienta, y si no preguntas a algún lugareño o al guagüero no serás capaz de llegar. Si lo haces, veras que la gente te mira un poco extrañada, y no es raro dada la fauna que se mueve por aquella calita.

Es uno de los enclaves naturales más impresionantes que he visto nunca, es una especie de cuña elevada en el océano que se renueva de agua limpia cada vez que sube la marea. De varios metros de profundidad y rodeada de rocas negras. Te puedes aventurar a la punta de cuña y estás como suspendido en el aire, con las olas rompiendo bajo ti con una fuerza atronadora, y de vez en cuando el agua salada saltando por encima de ti, bufando. Roca negra, agua cristalina con todos las tonalidades del azul que pueda una mente imaginar. Pero, sin ninguna duda, son los personajes que visitan tan increíble lugar los que más llaman la atención.

Vamos a conocer a algunos. La cala, me contó un amigo, fue un reducto de travestis durante el franquismo, y se nota en que siguen frecuentandola, la Pili, la Bettybú, la Flor... hombres hinchados a hormonas femeninas, con unos tangas que ellos mismos facturan, de flores, corazones, en resumen de muchos colores. Se lanzan al agua desde más de tres metros de alturas cual Johnny Weissmuller depilado y rasurado (particularmente una de ellas es la más impresionante, hace incluso el ángel antes de caer), para después, si estás en el agua gritar: ¡Socorro, socorro, salvavidas me ahogo! Entre risas y desfachatez de una nadadora con más tablas que Thorpe. De todas, hay dos que siempre atrajeron mi atención. Por un lado, la Betty, un calvo enorme, con tetas hormonadas y unos pelos del sobaco que le llegan casi a la cintura y por otro lado, no me acuerdo ya del nombre,pero sí que trabajaba en un banco. De diario, traje ejecutivo y reuniones de negocios. En su tiempo libre, tanga de colorines y chapoteos plumeríficos.

Además de la "tribu" afeminada, acudían a la cala una pareja de lo más singular. Todo el santo día fumando porros y mirando hacia el océano. Totalmente desnudos y con una pequeña tienda de campaña en la parte de arriba de la cala. Correteaban a su alrededor siempre dos críos, ¿o eran tres?, de otros tantos hombres con la señora, mientras ellos fumaban los niños se jugaban la vida entre las rocas y el poderoso océano, sin que ellos le otorgaroan mucha importancia. De vez en cuando, el hombre gritaba algo en un idioma incomprensible, algo así entre dientes como: "agroosmoosmasdn" y los niños obedecían, ¡esto era acojonante! Habían creado entre THC y THC su propio lenguaje, y entre ellos funcionaba.

Habían muchos más, el gay colombiano exiliado con apellido sospechoso, los mirones onanistas de los acantilados... Pero el último que te voy a presentar era Sandokan. Un hombre que había salvado tantas personas de morir ahogadas como cicatrices tenía en el cuerpo de las agudas rocas. Se atrevía a entrar en los rompientes a los que los equipos de salvamento eran incapaces de acceder. Dicen que con 15 años ya salvó a una niña de morir ahogada. De tez morena, ahicharrado, calvo y con una gran barba blanca, siempre mirando al océano, escudriñando los acantilados en busca de problemas. Con más de 30 años de salvar gente a sus espaldas, una vez que hablé con él, sólo pude sacarle estas palabras: "No te fíes del mar, muchacho, nunca le des la espalda"

Y es que, finalmente, la cala era tan espectacular como peligrosa, y disfrutar de sus placeres le había costado la vida a más de un despistado.

7 de mayo de 08, Poble Sec


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ha sido un placer recordar contigo esos momentos en la cala.
Me gustaría rescatar a otros personajes entrañables de ese sórdido rincón del Atlántico como la mariquita viajera, intrépida y mal hormonada funcionaria de tipo C que cada tarde bajaba la montaña indolentemente con una mochila al hombro. Siempre estaba contrariada, a saber. Cierto es que tenía un carácter beligerante, en tres ocasiones la vi mantener acaloradas disputas con las mariquitas indias. El motivo de la discordia eran las uñas. Una de las indias acostumbraba a cortarle las uñas de los pies a su pareja, era algo verdaderamente nauseabundo: ponía los pies sobre la falda del indio más varonil, señor maduro embadurnado de aceite, próximo a un cáncer de piel, celoso, torpe. Tic, tic, tic, el cortauñas catapultando frangmentos de pesuñas. Uno de ellos aterrizó sobre la toalla de la viajera, para qué fue aquello, qué escandalo.
La familia de la tienda de campaña tenía tres ángeles hermosos de cabellos claros quemados por el sol y el salitre de su república independiente. En aquella época la matriarca había salido de prisión, extraños sucesos la condujeron a ese lugar.
Sus hijos no fueron fruto del amor, al contrario, fueron el resultado de arriesgadas prácticas circenses con un chulo de poca monta, su primer marido.
El actual compañero, el políglota,siempre está ausente, normal, si tenemos en cuenta los veinte canutos que se fuma al día. Quiere a los críos a su manera. Es cierto Dani, el idiolecto que emplea es inclasificable.La única palabra que llegué a descifrar fue: Catch, Catch, que significa peligro. Cuando la escuchaba, una ola titánica pasaba a escasos centímetros de la hijastra menor, dos añitos.
Un día llevé de visita cultural a un amigo del Partido Popular y simpatizante del Opus Dei. No le gustó, no hubo química, feeling. Es lógico, al Partido Popular no le gusta el desorden, mucho menos los niños sin bautizar, tampoco los invertidos. Los travelos son hijos del diablo, comentó entre dientes. Se fue, posiblemente a un lugar más apropiado que gozase del beneplácito de la Obra, un buen prostíbulo, tal vez a una casa de amas donde le ponen un pañal al cuarentón y le dan un biberón con leche aguada, y palmaditas para que expulse los gases, y tetita y...
Cómo no acordarme de la joven más bella de la cala, qué cosita tan rica, como hecha a mano. Siempre impecable, exultante y solitaria.
Me encantaba verla desnudarse, luego en mi imaginación la vestía y la volvía a desnudar, qué compleja es la mente humana. Por momentos sentía la necesidad de acercarme a ella y sin quitarme las gafas de sol decirle: goza cuello, cabello, labio y frente...Pero nunca lo hice; el amor, esa extraña palabra.
Saludos, Yeray.

Anónimo dijo...

Al segundo travesti, el que trabajaba en un banco, no le llamarían Juana la Loca? (Desde que se pinta la boca y en vez de don Juan...).
Has leído Océano Mar de Alessandro Baricco? Creo que te gustaría, viendo tus observaciones sobre la cala... también hay una galería de personajes curiosos con diferentes relaciones con el mar...

Anónimo dijo...

A todo esto, que el segundo anónimo soy yo, Rocío d'Alacant-Barcelona-Manchester-el mundo (ups, los ordenadores y yo).