viernes, 11 de julio de 2008

Cuento lejano de agosto

A Nora y a sus manos manchadas de arcilla,


"Mal puede un escultor hecho de barro

querer modelar hombres"

P. Lezcano, "Escultor de Barro" (1946)


Bueno, pues aquí estoy sentado a la sombra de la Torre Agbar que se levanta solemne buscando una vagina en el cielo. Llevo todo el día dando vueltas con mi bicicleta a ver si me canso, pero el cansancio sólo se traduce en dolor de culo, mi mente sigue estando muy fresca, aunque decir eso es un poco contradictorio porque está bastante caliente de pensar, pensar y pensar....

Hombre, por ahí viene Andrés.

-Hola Andrés, ¿qué tal?
-Bien, bien, cómo siempre.
-¿Qué tal tu padre? Desde que vivo en la ciudad que no veo las estrellas no sé nada de él.
-Pues ahí sigue, con su curro de limpia-estrellas. Me está dando mucho la brasa para que me aprenda el oficio, pero ya sabes que a mí las estrellas no me van, si tengo que limpiar una estrella prefiero que sea de mar.
-Entonces, es por eso que estás perdiendo el brillo de la piel, si ya no vas a limpiar... Pero bueno tío, cada uno es libre de hacer lo que quiera, si no te apetece el rollo estrella pues no lo hagas. Oye, ¿qué te parece si te tocas algo?

Descuelga su guitarra española, esa eterna mujer colgada a su espalda, y comienza a tocar un blues.

-Siempre tocas blues.
-Siempre toco lo que me dice tu cara, y siempre me llamas cuando estás jodido, así que, qué esperas.

El sonido de las cuerdas empieza a elevarse y a mezclarse con los azules, rosas y rojos de la torre, ascienden en espiral y empiezan a encender las luces, que chisporroteando empiezan a emitir todas las tonalidades posibles entre azul y rojo, de la mano de Andrés entonces brota una llamita amarilla y los verdes y naranjas empiezan a envolvernos. El marrón y el verde de las palmeras de la Diagonal palidece, y todas ellas empiezan a volverse azules, mientras la gente mira extrañada a la vez que maravillada como su piel se empieza a volver rosa, amarilla... Los ojos de los niños empiezan a proyectar una luz violácea y me miro... Soy el único que no cambia de color, ni yo ni Andrés, ¿por qué será? Creo que es porque hace tiempo que decidí no volver a cambiar de color, no quiero ser azul, no quiero ser rosa ni naranja. Quiero seguir con mi color y el que tengo guardado en una cajita en mi mesita de noche. Ese que guardo para Ella, para cuando le dé la puta gana de aparecer. Entonces, con nuestros dos colores sí que cambiaré, volaré. Le regalaré mi color y dejaré en sus manos la arcilla de mis emociones, que tantas manos han pringado ya sin logar que nadie hiciera un jarrón. Tengo mi armario lleno de vasijas rotas...

Andrés deja de tocar, y todo el mundo vuelve a su color.

-Bueno tío, creo que es hora de que nos echemos una caña- Dice mientras la torre alza su mirada hacia una luna que le mira con cara de envidia...

Y un año después, la tengo, vivo con la alfarera, he vaciado mi armario, he quitado las puertas y ahora vivo sin ellas, con estanterías llenas de jarrones blancos y azules, azules y blancos...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Eres todo lo que quiero y más. Tu alfarera.